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Parte de las verdaderas enseñanzas de Jesús se conservan vivas en los corazones de determinadas personas hasta algunos siglos después de su muerte.
Sí, una pequeña parte de la doctrina del Hijo de Dios aún no había sido desfigurada ni mal interpretada en aquella época, y algunas personas se esforzaban fielmente en cumplir la Palabra que él dejara. Prueba de eso son las ideas defendidas por el teólogo Pelagio, que vivió en el siglo IV de nuestra era, que, entre otras cosas, enseñaba que la salvación estaba en las manos del propio ser humano.
Pelagio afirmaba que la salvación era alcanzada por la propia persona, mediante elección cierta y esfuerzo propio. Eso se daba por el ejercicio del libre albedrio, don dado por Dios al ser humano y parte integrante de su naturaleza. Decía él que el libre albedrio adecuadamente ejercido produce la virtud, bien supremo debidamente seguido de la recompensa, pues cada uno tiene la prerrogativa de escoger entre el bien y el mal, y de ahí arcar con las consecuencias.
Además del libre albedrio, el Señor había dotado el ser humano de virtudes que yacíanescondidas, a espera de que fueran traídas a la superficie por el propio individuo, como el interesarse por el prójimo. En el entender de Pelagio, la compasión era “sentir el dolor ajeno como si fuese propio”. Con relación al pecado, aseveraba que la predisposición o inclinación para el pecado ya era, en sí misma, resultado del pecado, y que el hábito de pecar acababa por debilitar la voluntad del ser humano y oscurecía su pensamiento.
Él también sustentaba que el pecado, siendo interno, no podría ser transferido de una persona a otra, algo que, a su ver, sería inmoral. Si el mal pudiese ser heredado, decía, entonces la bondad y la Justicia de Dios estarían destruidas. “El hombre no puede acusar el pecado original de responsable por sus debilidades”, aseveraba. E insistía: “Todo lo que es bueno y todo lo que es malo es hecho por nosotros, no nace con nosotros.”
Pelagio predicaba que el Creador no había ordenado nada de imposible al ser humano, y que la debilidad de la carne era meramente un pretexto para no hacer el bien. De Pelagio son también estas palabras: “Nadie conoce mejor la medida de nuestra fuerza de que Aquel que nos la concedió. Nadie tiene una mejor comprensión de lo que está dentro de nuestras fuerzas de que Aquel que nos dotó de los propios recursos de nuestro poder. Él no deseó determinar nada imposible, pues es justo.”
Doce siglos antes de Pelagio pronunciar esas palabras, el profeta Miqueas ya había enseñado el mismo concepto a su gente: “Ya te fue revelado, oh hombre, lo que es bueno, lo que el Señor requiere de ti; nada más que practicares la justicia, amares la lealtad y andares humildemente delante de tu Dios” (Mq6:8). Y el autor de Eclesiástico también reiteró algunos siglos después: “Él [Señor] conoce las obras del ser humano. No mandó a nadie actuar como impío y a nadie dio permiso para pecar” (Eclo15:20,21).
Infelizmente, como con casi todas las cosas buenas, también la doctrina de Pelagio, reminiscencia de las verdaderas enseñanzas de Cristo, fue considerada herética por el clero de aquel tiempo y sumariamente rechazada. Contrarrestando furiosamente a Pelagio, el cual enseñaba que las personas son perfectamente capaces de no pecar, el teólogo Agustín estableció un principio diametralmente opuesto: “Non posse non peccare” – “Es imposible no pecar”.
Tal principio siempre fue, desde entonces, entusiásticamente acogido por quien no quiere o no es capaz de mover el propio espíritu en el rumbo ascendiente, en el sentido de su evolución, conforme preconizado por el Omnipotente Creador. Son ellos los siervos que enterraron su talento, en vez de hacerlo dar intereses sobre intereses, como era su obligación (http://bit.ly/29cRtDE).
(Conozca la literatura del Grial publicada por la Ordem do Graal na Terra.
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