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Incluso cuando la esperanza se desvanece y el desaliento toma cuenta del alma, la vida necesita continuar. El desconsuelo no puede ser permanente. El ser humano que busca el desarrollo de su espíritu no permite que la tristeza y el abatimiento duren más allá de lo necesario para sedimentar el aprendizaje de una vivencia dolorosa. Él se levanta y continúa nuevamente, envuelto por gratitud por la enseñanza recibida.