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Ciertamente casi todas las personas ya vivenciaron una situación en que simplemente no consiguieron confiar en alguien, por más que el interlocutor se haya esforzado en mostrarse confiable. Eso pasa porque en esa tal persona sus intuiciones y pensamientos divergen de las palabras.
Palabras cada uno puede expresar como bien entienda, puede hasta proferirlas cuidadosamente con miras a obtener algún provecho, a alcanzar determinado objetivo. Pero las irradiaciones de las intuiciones y de los pensamientos nadie consigue controlar, pues ellas siempre reflejarán lo que se encuentra en el interior de la respectiva persona, independientemente de lo que ella trata de aparentar exteriormente con sus palabras, gestos y sonrisas.
Y es justamente esa disonancia entre las irradiaciones de las palabras y las de los pensamientos e intuiciones que provocan la incómoda impresión de que la persona que habla, realmente, no es merecedora de confianza. Por cierto, no solo la impresión, pero la certeza realmente, porque la intuición nunca erra cuándo sabemos escucharla. Por eso, de nada sirven también todas esas técnicas de liderazgo que enseñan a como conquistar la confianza de los subordinados y de motivarlos, si interiormente el candidato a líder no siente ni piensa de la misma forma como sus palabras indican. Él va siempre diseminar la sensación de una personalidad antinatural, artificial, en suma, de un individuo no confiable, por más que se esfuerce en querer transmitir la impresión contraria. Nunca será un verdadero líder, pero tan solo un jefe más, generador de palabras huecas que nada pueden edificar ni promover, porque estas son incapaces de alcanzar el alma de los oyentes.
Esa hipocresía entre las irradiaciones de las palabras y de los pensamientos e intuiciones no se queda, evidentemente, sin efectos adversos para la persona que así actúa, resultante de la Ley de la Reciprocidad. El extracto que sigue es de la obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial de Abdruschin:
“¡Cuidad, por tanto, vuestras palabras! Haced uso de vuestro lenguaje con todo esmero, pues la palabra humana también es acción; si bien es una acción que sólo puede crear formas en el plano de la materialidad densa fina, las cuales actúan penetrando en todo lo terrenal.
No esperéis que las promesas sean cumplidas al pie de la letra y se tornen actos, si el que las hizo no lleva en su alma las intenciones más puras. Pues las palabras dan forma a aquello que vibra simultáneamente con ellas desde lo más íntimo del que habla. La misma palabra puede, por tanto, causar diferentes efectos, y ¡ay, si en algún caso no vibra realmente en pureza absoluta!”
Si lo que vibra en el interior no se encuentra en estricta concordancia con lo que una persona dice, entonces las formas fino-materiales generadas por las palabras no podrán ser benéficas, no podrán traer buenos efectos para el ambiente y mucho menos para la propia persona.
Permanezcamos siempre vigilantes con relación a todo lo que de nosotros emana. Siempre.