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En el mundo más fino que envuelve estrechamente a la Tierra de materia física densa, a nosotros visible, se han formado inmensas centrales que congregan formas de pensamientos de odio, desconfianza, venganza e intolerancia. Esas centrales no se diferencian por ideologías, convicciones políticas o religiosas. Son siempre las mismas, recibiendo influjos de cualquier uno que permite la rebeldía crecer dentro de sí y haciendo refluir a esas mismas personas, de modo reforzado, tales características malas, en un horroroso círculo vicioso conjunto, que arrastra espiritualmente a todos hacia abajo.
No importa el espectro político o la creencia religiosa, las centrales son las mismas. Exactamente las mismas, únicas para todos. Actúan indistintamente sobre los que profesan ideas de derecha o de izquierda, sobre cristianos y no cristianos, ateos y agnósticos, materialistas y espiritualistas. Todos se hermanan en una especie igual común cuando cultivan malos sentimientos, cuando no mantienen pura su voluntad interior, cuando emiten continuamente pensamientos negativos. Con eso, todos quedan sujetos a recibir el debido retorno de su mal proceder colectivo, de manera robustecida, por la ineludible acción de la Ley de la Reciprocidad.
Sobre el funcionamiento de esas centrales de pensamientos, dice Abdruschin en su obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial:
“En el mismo instante en que surge un pensamiento, es sentido más o menos intensamente, y su forma etérea llevará también en sí una vitalidad correspondiente. El mundo de las formas mentales está superpoblado. Por la acción de la mutua atracción, se ha constituido una serie de centrales, de las que refluyen sobre los hombres, por efecto de la concentración de fuerzas, corrientes de influencias múltiples.
Esas influencias refluyen en primer lugar sobre los que tienden a un mismo género de afinidad, es decir, sobre aquellos que llevan en sí una cierta semejanza. Estos serán reforzados en su correspondiente voluntad, y serán incitados a engendrar nuevas y más similares formas, las cuales entrarán en el mundo de las formas mentales surtiendo sus efectos sobre las afinidades.
Pero también los hombres que no son portadores de esas cualidades pueden ser importunados. Poco a poco irán siendo atraídos hacia ellas si esas centrales llegan a poseer una energía inimaginable a consecuencia de un constante y renovado flujo. Sólo estarán protegidos de ellas los que posean especies diferentes de intensidad mucho mayor, por lo que una unión con los elementos no semejantes se hace imposible.
Pero, desgraciadamente, el odio, la envidia, los celos, la lujuria, la avaricia y demás vicios, son los que más centrales tienen, y las más potentes, dentro del mundo de las formas mentales, debido al ingente número de sus partidarios. En cambio, la Pureza y el Amor tienen muy pocos. Esta es la razón de que el mal tome una amplitud creciente con una velocidad vertiginosa. A esto hay que agregar el hecho de que esas centrales de energía, situadas en el mundo de las formas mentales, mantienen, a su vez, contacto con las análogas esferas de las Tinieblas. Allí adquieren una mayor potencia, por lo que cada vez poseen una mayor efectividad, de manera que, como consecuencia inmediata, serán capaces de causar verdaderos estragos entre la humanidad.”
Esos aclaramientos son muy comprensibles, en fin.
Quien conoce el funcionamiento de las leyes de la Creación, en particular de la Ley de la Reciprocidad, sabe que todo lo que sembramos tendremos que cosechar. Sabe que somos responsables por los más descuidados pensamientos. Sabe que sentimientos de odio y rebeldía reciben refuerzos de esferas tenebrosas de igual especie. Y aún sabe que no existen esferas o centrales de odio más livianas y luminosas direccionadas a personas de bien, sino que, al contrario, todos los envueltos se alimentan recíprocamente de la rabia y del inconformismo que toman cuenta de sus almas. Incluso todos los que apoyan en sus corazones, silenciosamente, cualquier uno de esos grupos, y que dan oportunidad a pensamientos de esa misma afinidad con fuerza anímica.
Por fin, también sabe, que todo eso constituye, en realidad, más un nuevo semillero malo, que tendrá que ser cosechado inevitablemente por todos los que de ella participan de una forma o de otra, queriendo o no, anteponiéndose a ella o no, independientemente de sus convicciones propias, sus fantasías y auto ilusiones. Quien conoce el funcionamiento de la Ley de la Reciprocidad sabe seguramente de todo eso. ¿O no?…
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