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El verdadero idealista no se abala con las olas de afuera que tratan de extinguir, de una manera u otra, su albo más íntimo. Su aspiración interior no es afectada por la oposición exterior. Eso pasa porque la llama de su ideal, se encuentra protegida por la pureza de alma, que lo envuelve como un escudo protector de claridad y discernimiento, dejándolo reconocer entre las olas de la vida donde se encuentra lo cierto y lo errado, donde está lo justo y lo injusto.
El Día Sin Mañana