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La imagen es de un fragmento de la “Septuaginta”, la más antigua versión griega del antiguo testamento, traducido del original hebreo en el siglo cuatro A.C aproximadamente. La flecha en la parte inferior derecha indica el tetragrama “YHVH”, que corresponde al nombre de Dios en hebreo. La palabra no ha sido traducida para el griego, pero se mantiene en sus letras originales (lengua paleo-hebraica). Lo que demuestra el profundo respeto que los traductores devotaban al nombre del Creador.
Sin embargo, en aquella época, e incluso en épocas aún más remotas, tal respeto ya constituía una rara excepción, ejemplo de ello es la denominación “dioses” que llegó hasta nosotros, procedente de la mitología de varios pueblos, esa aplicación del nombre del Creador muestra que el alto concepto de ese nombre no despertaba más devoción o reverencia. En las personas que transmitían (y deturpaban) las antiguas narrativas.
En los días de hoy, entonces, ni se puede hablar de reverencia o algo parecido absolutamente, pues, prácticamente nadie más siente adoración ante el nombre del todopoderoso.
“¡No emplearás en vano el nombre del señor, tu Dios!”
¿Puede haber una exhortación más clara que esta? ¿Una orden más precisa? ¿Más directa?
Sin embargo, muy pocas son las personas que todavía cumplen, o buscan cumplir, el segundo mandamiento. El es, de lejos, el menos respetado de los diez.
Judíos, cristianos, creyentes y no creyentes infringen este mandamiento decenas de veces al día, al pronunciar descuidadamente frases exclamativas en que el nombre del Creador es usado y abusado, convertido en la más común de las interjecciones. Lo hacen totalmente despreocupados, en el supuesto inconsciente de que tales frases sean inocuas y no provoquen daños.
Tal actitud, sin embargo, demuestra una despreocupación en relación a la propia voluntad del Todopoderoso, una especie de alienación, una desconsideración en relación a ella. Muestra, sobretodo, un desconocimiento cabal de lo que significa, en realidad, un “mandamiento de Dios”.
Un mandamiento proveniente de la Fuente de toda la vida, de quien nos concedió el don de la vida, no puede ser descuidado así sin más ni menos. No puede ser puesto de lado como si nada fuera, como si nada significase. Al contrario, el tiene que ser cumplido rigorosamente, con todo el empeño, por los que de el toman conocimiento.
El no cumplimiento de un mandamiento divino acarrea daños inmensos a la criatura humana, de la cual ella no hace la menor idea. Y no hace una idea justamente porque no se preocupa, ni nunca se preocupó, en conocer y seguir las leyes que gobiernan la Creación, instituidas por el Altísimo (on.fb.me/1MkBS4L). Muchos solamente reconocerán el alcance de su negligencia cuando dejen la tierra, y entonces tendrán que arcar con sus graves consecuencias.
El ser humano dispone de libre albedrio y puede, si quiere, dejar de cumplir uno o aún todos los mandamientos. Pero queda irremediablemente entregado a las consecuencias de su decisión (on.fb.me/1LZJV7a). Consecuencias serias, realmente muy serias, pues el no dio valor a lo que de más sagrado existe en el Universo: a la voluntad del Omnipotente Creador de todos los mundos, del Único, Todopoderoso.
(Texto basado en la obra “Los Diez Mandamientos y el Padrenuestro”, de Abdruschin: bit.ly/LOS10MA.)
Roberto C. P. Junior
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