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Mateo registra la siguiente frase de Jesús en su evangelio: “Cualquiera que se fije en una mujer para codiciarla, en su corazón ya cometió adulterio con ella.” (Mt 5:27,28)
Esa advertencia muestra que la intención de codicia ya constituye un pecado. No es necesario que una acción errada se evidencie visiblemente en la materia para ser caracterizada como transgresión. La intención basta. Si una persona siente intuitivamente envidia, odio o codicia, ella ya introdujo con eso algo malo en el mundo, aunque no le sea visible, y de ese modo ella efectivamente “ya dio a luz el pecado” (Tg 1.15).
Así, el ser humano ya está pecando al dar deseo a cualquier intuición mala o también a pensamientos malos correspondientes. Con eso, el genera configuraciones feas, horripilantes, cuya única finalidad es traer daños allá donde puedan anclarse, por efecto de la ley de Atracción de la Igual Especie (bit.ly/1NMOMpc).
Cuando, por ejemplo, un pensamiento de codicia, un pensamiento sucio es lanzado por el hombre en dirección a la mujer, el efecto en la materia más etérea se asemeja a una carga de lodo sucio que se tira sobre alguien (bit.ly/1TdtDsW). Ciertamente no es necesario aclarar los efectos dañinos que tal práctica, infelizmente tan común, acarreará al generador por efecto de la Ley de la Reciprocidad (bit.ly/275mF0p). Una siembra mala solo puede generar frutos amargos. Y si esa siembra de pecados aún evoluciona para un acto material visible será evidentemente más grave.
“¡No codiciarás la mujer de tu projimo!”, exhorta el Noveno Mandamiento con una claridad tal que no es posible surgir dudas de interpretación. Y la mejor manera de cumplirlo, la más segura y eficaz, es mantener puro el hogar de los pensamientos, o sea, la voluntad interior o la voluntad intuitiva. Y, sobre todo, evitar situaciones que favorezcan la generación de la baja codicia, siempre desproveída de amor, como las oportunidades de encuentro a solas entre los dos sexos.
Y aún, tomar atención que “mujer” en este mandamiento indica el sexo femenino en general, por tanto no apenas las mujeres casadas, más también las hijas. Mujeres de todas las edades. El hombre debe cuidar de no codiciar una mujer, para evitar daños a ella y a sí propio. Debe tener conciencia de que el instinto sexual se encuentra hoy robustecido de modo antinatural, enfermizamente exacerbado por efecto de los errores a que la humanidad entera cometió en los últimos milenios (bit.ly/29iOjRf), al ceder a las influencias de las huestes luciferinas.
El instinto es despertado apenas por los pensamientos. Por eso, el hombre que solo admite limpidez en su pensar, jamás transgredirá el Noveno Mandamiento de las Leyes de Dios. Y con eso quedará libre de generar para sí mismo un karma negativo grave, que tendría que alcanzarlo tarde o temprano en su peregrinación por los planos materiales de la Creación.
(Texto basado en la obra “Los Diez Mandamientos y el Padrenuestro”, de Abdruschin: bit.ly/LOS10MA.)
Roberto C. P. Junior
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