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La palabra que salva no es una escala mecánica y mucho menos un ascensor. A lo sumo, puede ser vista como una escala de cuerdas. Quien quiera salvarse tiene que subir por esa escala. La misma persona tiene que subir. De ningún modo será izada cómodamente del laberinto de errores en que hizo hincapié de atollarse a lo largo de milenios. Sin esfuerzo espiritual propio nadie asciende, nadie progresa, ni siquiera un milímetro. La Patria espiritual aguarda la criatura humana, pero no baja hasta ella.