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“El reino de los cielos también es semejante a una red barredora que se echó en el mar, y recogió peces de toda clase; y cuando se llenó la sacaron a la playa; y se sentaron y recogieron los peces buenos en canastas, pero echaron fuera os malos. Así será en el fin de los tiempos; los ángeles saldrán y sacarán a los malos de entre los justos; y los arrojarán en el horno; allí será el llanto y el crujir de dientes.” (Mt13:47-50).
En esta parábola, Jesús fornece otra imagen para el proceso del Juicio Final. En vez de la cosecha mencionada en la conocida historia de la cizaña y el trigo, la analogía es con una red de pesca. Pero aquí también se alude a la coexistencia de malos y buenos hasta el fin de los tiempos. Jesús siempre buscaba dejar claro que en el final del periodo concedido para el desarrollo da la humanidad habría una rigurosa selección entre buenos y malos, entre los que se tornaron inútiles y los que se mostraron nocivos en la viña del Señor.
Sin embargo, el cerne de esas enseñanzas es el de que siempre estuvo en las manos del propio ser humano – mediante su libre albedrio – desarrollarse hacia arriba o hacia abajo, en dirección a la Luz o a las tinieblas. No hay un medio término. Vamos recordar que esa Luz originaria es el propio Dios, y que las tinieblas son totalmente extrañas a la Luz: “Dios es Luz, y en Él no hay tiniebla alguna (1Jn1:5). Las enseñanzas también establecen que, conforme la resolución tomada, el ser humano entonces tendría que arcar con las respectivas consecuencias. Él podría, efectivamente, “elegir”, pero después tendría que “cosechar”.
Un análisis un poco más atento de esa parábola ya basta para demostrar que la salvación, absolutamente, no puede ser conseguida sin un empeño personal del interesado. Únicamente aquello que el ser humano asimila dentro de si, por convicción propia, tiene valor. Únicamente aquello que él realmente puede “ver”, es decir, comprender, le sirve y puede auxiliarlo en la escalada para el reino luminoso del espíritu. Esa necesidad está muy lejos de la comodidad de una creencia ciega. Abdrushin dice en su obra En la Luz de La Verdad, Mensaje del Grial textualmente:
“Cuántas veces explicó Cristo que los hombres debían poner en práctica Sus enseñanzas para sacar provecho de ellas, o lo que es igual, para poder encumbrarse espiritualmente y alcanzar la vida eterna. Ya las mismas palabras “vida eterna” hablan de la vitalidad del espíritu, pero no de su pereza. Mediante la indicación de la puesta en práctica de Sus doctrinas, advirtió expresamente y con toda claridad que resultaría erróneo y vano aceptarlas ciegamente.
Como es natural, vivir la Verdad sólo puede tener lugar mediante la convicción, y nunca de otro modo. Pero la convicción implica una comprensión absoluta, y ésta, a su vez, exige una profunda reflexión y un estudio de sí mismo. Es menester sopesar las doctrinas con los propios sentimientos. La consecuencia inmediata de todo esto es que la fe ciega resulta falsa en todos los aspectos, y lo falso, por su parte, puede conducir fácilmente a la perdición, a la caída, pero jamás a la ascensión.”
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