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Dijo el Maestro que si no nos tornamos como los niños no alcanzaremos el reino de los cielos (Mt 18:3). Tornarse como los niños equivale a ser simple y natural en todo, como exigen las leyes universales. Significa ser capaz de aún intuir infantilmente, aún mismo ya siendo adulto.
Y cuando él añade: “Cualquiera que reciba en mi nombre un niño como este, recibe a mi” (Mt 18:5), no está haciendo una apología de adopción de niños, pero sí que la criatura humana debería recibir “dentro de sí misma” un niño, que debería tornarse interiormente como un niño, viviendo con la simplicidad y naturalidad de un niño, tan puro como este.
Como es triste, y también significativo, que el ser humano de hoy llame de “comportamiento adulto” justamente todo aquello que sabe ser errado…La reciprocidad que lo atingirá será también bastante adulta, seguramente.
¡Simplicidad y naturalidad! Dos conceptos íntimamente conectados a todo cuanto es puro, y que la humanidad fue perdiendo poco a poco a medida que elevaba el raciocinio al pedestal más alto de su altar de idolatrías.
Únicamente una persona simple y natural, de espíritu libre y móvil, de corazón puro como un niño bueno, podrá intuir la grandeza de la Creación y presentir en ella la voluntad de su Creador.
Y son justamente los puros de corazón, aquellos que “se volvieron como los niños” en sus caminos de desarrollo, estando así aptos a ingresar en el reino de los cielos. Son estos, apenas estos, que Jesús desea que vengan hasta él: “Dejad los niños, no les impidáis que vengan a mí, pues el reino de los cielos es para aquellos que son como ellos” (Mt 19:14).
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