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Algunos organismos tienen la propiedad de generar luz propia a través de una reacción química en sus cuerpos. Es la llamada “bioluminiscencia”. Se trata, además, de un tipo de luz bastante eficiente, con un rendimiento mucho mejor que la luminosidad emitida por cualquier ampolleta artificial.
La bioluminiscencia es común en la vida marina, particularmente en grandes profundidades, en las llamadas “regiones abisales”, kilómetros abajo de la superficie. En esas regiones, casi todos los peces, moluscos y otros animales (algunos con formas muy extrañas) emiten luz propia, con el objetivo de rechazar predadores, atraer presas, establecer comunicación o simplemente iluminar realmente. Fuera de los océanos, la bioluminiscencia es bien más difícil de encontrar. Ella aparece en algunos pocos insectos como las luciérnagas, en ciertas larvas y arácnidos, y en raras especies de hongos conocidos como “hongos luminosos” tal como este, de la imagen.
Las almas humanas también a primera vista parecen emitir una luz propia. Ellas se muestran más o menos luminosas dependiendo de lo que traen consigo. Almas egoístas, cargadas de propensiones poco limpias, son densas y oscuras, al paso que almas direccionadas para una vida altruista, que anhelan la pureza y la evolución espiritual, son claras y resplandecientes.
No obstante, almas más puras o purificadas no brillan por sí mismas, pero si se adaptan al querer del espíritu, pues el alma de materia más etérea es apenas una de las envolturas del espíritu, el único realmente vivo en el ser humano ((http://on.fb.me/1hpdomG).
Quien reluce, por consiguiente, es el espíritu. Es ese espíritu humano, imbuido de legítimo amor al Creador y a los semejantes, que brilla realmente por sí mismo. Un alma limpia apenas deja pasar despejadamente las irradiaciones luminosas del espíritu dentro de ella, y por eso parece brillante. Sin embargo, ella también no se tornó luminosa por acaso, pero si, justamente porque reviste un espíritu que trae consigo anhelo por la luz y se esfuerza en ascender.
De esa circunstancia advino también el sentido de la expresión: “El espíritu molda el cuerpo”, pues la voluntad espiritual (el “corazón del hombre” en los textos bíblicos) trae en sí la fuerza para moldar el alma, la envoltura de materia más etérea del espíritu: “Es el corazón del hombre que modela su rostro, sea para el bien, sea para el mal” (Eclo 13.31). Si el corazón está direccionado únicamente para el bien, el alma se tornará bellísima, límpida como cristal.
La luminosidad del espíritu, o luminiscencia espiritual, es mayor o menor dependiendo de la pureza y de los anhelos que mueven el espíritu humano en su pasada por la Tierra, revestido de sus envoltorios materiales.
(Conozca las obras literarias publicadas por la “Ordem do Graal na Terra”.
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