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Más de dos mil años nos separan de una enseñanza capital, sencilla y lógica que, cuando cumplida, es capaz de conducir y proteger al espíritu humano en su peregrinación por los planos de la Creación, elevándolo a parajes cada vez más luminosos hasta los portales de su patria espiritual. Dice el precepto: “¡Ama a tu prójimo como a ti mismo!” (Mt22:39).
En su obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial, Abdruschin transmite esa misma enseñanza en una forma adaptada a la época actual, aclarando también las consecuencias de su no cumplimiento. Dice el precepto: “¡Se os permite recorrer la creación! ¡Id por ella de modo que no inflijáis daño alguno a otro para satisfacer un deseo cualquiera! Si no, se tenderán hilos en el tapiz de vuestro camino, que os impedirán ascender hacia las luminosas cumbres del consciente y gozoso crear en los jardines de todos los reinos de vuestro Dios”.
En la secuencia, Abdruschin explica que aquello que se comprende por “deseo cualquiera” ya fue claramente dicho en los Diez Mandamientos. Podemos recordar, sobre todo, del quinto y del octavo mandamiento, cuyo alcance es mucho más grande de lo que generalmente se supone. Él aún advierte que no debemos entender ese “deseo cualquiera” de forma muy unilateral:
“Sin embargo, no debéis interpretar el concepto de deseo de manera demasiado estricta. Por tal se entiende tanto el afán de bienes corporales y terrenales, como el deseo de socavar la reputación de vuestro prójimo, la tendencia a ceder a vuestras propias flaquezas, y tantas otras cosas más.
Pero, en nuestros días, esa tendencia a ceder a las propias flaquezas es considerada precisamente con demasiada ligereza; y, sin embargo, forma parte de esa realización de los propios deseos en perjuicio o detrimento de vuestros semejantes. Sólidos son los hilos que se tienden de esta manera y retienen a toda alma que haya obrado de tal suerte.
Entre esas flaquezas se cuentan la desconfianza, la envidia, la irritabilidad, la grosería, la brutalidad; en una palabra, la falta de educación y de dominio de sí mismo, que no significan otra cosa que la necesaria consideración para con el prójimo, imprescindible para el mantenimiento de la armonía. ¡Y la armonía es lo único que fomenta el progreso de la creación y de vosotros mismos!”
En el inicio de ese trecho destacado, Abdruschin asevera que los deseos consisten en dar lugar a las propias flaquezas y “tantas otras cosas más”.
¡Tantas cosas más!… ¿Qué serían todas esas cosas más? Ciertamente son relevantes. Sí, son importantes seguramente, porque si las practicamos de alguna manera, sea por descuido, negligencia o ignorancia, estaremos igualmente atando hilos en el tapiz de nuestro destino, que nos impedirán de ascender espiritualmente.
No es muy difícil imaginar el conjunto de tales cosas, pues todas ellas tendrán una característica común: causan, de un modo o de otro, de manera visible o no, algún tipo de sufrimiento a nuestro semejante. Vamos a enumerar algunas, y el lector podrá por sí mismo agregar otros artículos a la lista:
- Establecer un juicio del prójimo basado exclusivamente en apariencias e informaciones externas, sin buscar saber antes, en profundidad, lo que lo habrá llevado a evidenciar determinada actitud. Y más: si con base apenas en esos datos superficiales hallamos hasta tomado una acción de desquite o amonestación, entonces nuestra situación será aún peor, pues tendremos actuado de forma injusta y negligente.
- No hacer uso de una posición o situación privilegiada, y también de las propias capacitaciones, para auxiliar al prójimo de alguna manera en una dada situación. No importa si por comodidad, por falso sentimiento de ‘justicia’ o por cualquier otra razón. Una tal omisión también acarrea perjuicios a otros, pues el dolor o sufrimiento de él podrían haber sido fácilmente evitados con una resolución bien direccionada.
- Emitir pensamientos y sentimientos desacreditadores y negativos con relación al prójimo, independientemente de que él haya dado o no causa a eso. Las leyes de la Creación nunca preguntan por nuestras motivaciones, sino que simplemente evalúan si lo que colocamos en el mundo es o no algo bueno, si está o no fundamentado en la verdad y se promueve el bien general. Claro que no vamos a estar de acuerdo con cualquier tipo de error o falla evidente, pero no debemos, o mejor, no podemos nunca emitir algo tenebroso por cuenta de eso. Debemos recordarnos siempre que esas mismas leyes universales son infalibles, y que traerán a cada uno el retorno justo de sus actos.
- Practicar acciones desacreditadoras y negativas con relación al prójimo, independientemente de que él haya dado o no causa a eso. Aquí no se trata solo de actos visibles perpetrados en perjuicio de nuestro semejante, no importa por cual motivo. Pero cualquier palabra impensada pasible de causar un sufrimiento del alma. Y atención: incluso una única mirada desviada tiene la capacidad de provocar un dolor profundo en el alma ajena, de herir al prójimo muy gravemente.
- Adoptar un comportamiento ‘preventivo’ con relación a alguien sin hacer uso previo de la intuición espiritual, o, lo que viene a dar en lo mismo, considerando los sentimientos que surgieron de la actividad cerebral como siendo la ‘voz de la intuición’. Ese comportamiento preventivo puede asumir innúmeros formatos, realmente innumerables. No es posible hacer una lista de ellos. Solo un ejemplo: Permanecer siempre ostensivamente frio y distante con relación al prójimo, evidenciando ostensivamente menosprecio y desinterés continuo, para que él sepa y conozca muy bien ‘su lugar’ y que no se envanezca por cualquier motivo.
- Dejar crecer en el alma el dolor y el resentimiento, permitiendo que pensamientos de indignación se fortalezcan contra algo o alguien. Nuevamente, no importa la causa. Esos pensamientos negativos alcanzan sus albos y pueden, realmente, provocar inquietud al prójimo.
¡Tanta cosa más… Tanta cosa más! Todo cuidado y atención son pocos para no perjudicar a nuestro prójimo de alguna forma. Permanezcamos, pues, absolutamente vigilantes, tanto terrenal como espiritualmente.
Seamos, sobre todo, humildes para reconocer nuestros errores con relación a nuestros semejantes y practiquemos, antes de todo, la orientación que también nos fue dada hace más de dos mil años por el más grande de los Maestros: “Velad y orad!” Si hacemos eso con sinceridad de alma y corazón abierto, entonces nuestra intuición se fortalecerá cada vez más y, con ella, florecerá un límpido sentimiento de justicia, que jamás dejará que causemos cualquier sufrimiento a otra persona.
Roberto C. P. Junior (instagram.com/robpucci/)
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