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Cuantas veces no oímos esta afirmativa…
“¡Del mundo no se lleva nada!”, ya alertaban nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Y nosotros también, probablemente, en una o más ocasiones.
De hecho, no llevamos nada de material hacia el otro lado de la vida. Todos los bienes acumulados durante la vida terrena entera, para los cuales tantos se empeñan a lo largo de toda la existencia, se quedan por aquí mismo. No pueden ayudar en nada a un alma en su nueva vida en el Más Allá.
Cierta vez, aludiendo a un gran inversionista internacional, poseedor de una fortuna de decenas de billones de dólares, y ya próximo del fin de su jornada terrena, un comentarista económico enalteció el espectacular éxito obtenido por él en su trayectoria de vida: “¡Eso es realmente una vida brillante y exitosa!”, afirmó con palabras algo diferentes, pero con el mismo sentido.
En verdad, alguien que llega al final de su vida con una fortuna de esas en el banco atestigua que la desperdició integralmente. No produjo nada de útil en su peregrinación por la Tierra. Una vida totalmente malbaratada esa, dilapidada. Muy al contrario de quien utilizó su riqueza para la mejoría de las condiciones terrenas y generación de empleos. Un patrimonio considerable compromete a su poseedor, no lo exenta de responsabilidad, absolutamente, por el uso que hace de él.
Sin embargo, no es verdad que de esta vida no se lleva nada. Realmente llevamos, y se trata de cosas más valiosas que cualquier tesoro terreno. Llevamos hacia el Más Allá todas las vivencias que marcaron por aquí profundamente nuestras almas, quiera que hayan sido de dolor o alegría. Y, si por medio de ellas, hemos llegado a una mejor comprensión del funcionamiento de las leyes naturales, si nos hemos esforzado en adaptarnos a ellas, entonces nuestra vida no habrá sido en vano. Habremos utilizado de manera correcta y provechosa el tiempo de la escuela terrena. Progresamos espiritualmente.
También llevamos hacia el otro lado de la vida todo y cualquier anhelo o propensión adherida a nuestra alma. Si el anhelo, por nosotros alimentado, ha sido por cosas bellas y elevadas, por el ennoblecimiento del espíritu, entonces ascenderemos automáticamente del lado de allá hacia planos igualmente bellos y luminosos, puesto que nuestra alma también se mostrará clara y radiante. Las leyes de Atracción de las Afinidades y de la Gravedad Espiritual nos llevarán hasta allá.
Por otro lado, si permitimos que propensiones bajas broten en nuestro interior, entonces pasaremos hacia el otro lado con el alma densa, cargada y oscurecida. Y, en razón de eso, nos hundiremos hacia regiones igualmente lúgubres y pesadas, donde no existe ninguna sombra de alegría o felicidad.
La elección es siempre nuestra. Vivamos entonces, de tal forma que podamos llevar hacia el Más Allá un equipaje repleto de virtudes, reconocimientos de las vivencias terrenas, y de la más profunda gratitud al Donador de toda la vida. Es nuestra misión del lado de acá.
Roberto C. P. Junior
(instagram.com/robpucci/)
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