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“Ninguna pena pasará de la persona del condenado”.
Esa sentencia se encuentra en el artículo quinto de la Constitución Federal de Brasil. Es una directriz tan increíblemente obvia, que causa espanto ver que alguien se dio el trabajo en dejarla registrada por escrito en la ley mayor del país. ¿Pues quien encontraría justo, quien encontraría razonable, un inocente pagar por un crimen que no cometió? Nadie en este mundo seguramente.
Sin embargo, en relación a la muerte de Jesús, se acepta esa concepción sin mayores reflexiones. Se alega que el omnipotente Creador haya enviado su hijo a la Tierra con la deliberada intención de que fuera crucificado, para así expiar el pecado de toda la humanidad.
La presunción humana desconoce cualquier límite. Es el mejor parámetro para intentar entender la noción de infinito. Jesús no vino a la Tierra absolutamente con la intención de dejarse asesinar. Y tampoco esa muerte violenta puede librar la humanidad de lo que quiera que sea. Muy, pero muy al contrario.
La muerte de Jesús fue un crimen atroz, un crimen bárbaro. Y tan pavoroso, por tratarse del Hijo de Dios, que solamente una humanidad totalmente endurecida en el alma sería capaz de consumarlo. Y así esa humanidad, que ya venía pecando abiertamente contra su Creador ha milenios, con el asesinato de su Hijo se sobrecargó con una culpa cuya amplitud ella por cierto, no puede concebir.
La misión de Jesús consistió en ofrecer la posibilidad de salvación a todos cuantos aceptaran y siguieran su palabra. Apenas eso. En el cumplimiento de la palabra, o sea, en la obediencia irrestricta de las enseñanzas transmitidas, el ser humano podría encontrar la salvación. Pero solamente así. ¡Nunca por el asesinato del Portador de esa Palabra!
Los seres humanos asesinaron el Hijo de Dios, que vino a traerles la posibilidad de salvación a través de la palabra. Esa es la verdad. Y el peso de esa culpa descomunal recae integralmente ahora, en la época del Juicio, sobre la humanidad, que con el acto de la crucifixión se colocó resolutamente al lado de Lucifer, iludida por la mentira del sacrificio expiatorio de Cristo.
No es necesario ser profeta para imaginar lo que nos aguarda ahora por el efecto de la inflexible Ley de la Reciprocidad (http://on.fb.me/1fojJ8D).
(Conozca la literatura del Grial publicada por la Ordem do Graal na Terra.
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